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El sendero de Carlos Iván Degregori

Publicado: 2012-04-11

I

“Un cierto misterio envuelve al Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso”. Con estas palabras encabezaba Carlos Iván Degregori (CID) a inicios de 1985 su primera publicación “académica” sobre el tema.1 Dos factores —la “escasísima” información escrita que acompañaba a las acciones subversivas y la confusión sembrada por los medios de comunicación— coadyuvaban, a su parecer, a mantener dicho misterio; peor aún, después de que, a raíz del caso Uchuraccay (marzo de 1983) —en el que ocho periodistas, aparentemente confundidos con “terroristas”, habían perdido la vida a manos de comuneros de esa localidad—, las posibilidades de investigación de campo en la llamada “zona roja” se redujeran drásticamente. Dos posiciones básicas acerca de la naturaleza del senderismo emergerían en ese vacío informativo: (a) que se trataba de un movimiento campesino y/o regional y (b) que era una expresión de carácter milenarista propia de un viejo centro preincaico, marginado y expoliado bajo la república tanto o más que durante la era colonial.

No compartía CID estos puntos de vista, que podía discutir con la inapreciable ventaja de haber sido testigo —durante sus años como docente de la Universidad de Huamanga— de la subrepticia transformación de Sendero Luminoso (SL) de secta comunista provinciana en fuerza insurgente. De ahí que, en aquel texto de 1985, dijera: “Sustento mis afirmaciones en la experiencia vivida en Ayacucho [...] durante prácticamente toda la década de 1970”, así como también lo hiciera en entrevistas realizadas entre 1981 y 1984 —durante sus visitas a la región “como periodista o por motivos particulares”— a dirigentes campesinos “exiliados” de la zona de emergencia. No mencionó lo que en realidad había sido el punto de partida de su visión del senderismo: su crítica político-ideológica a dicha corriente formulada en el contexto de un debate entre militantes revolucionarios; una perspectiva alternativa que le permitiría prever, tempranamente, los entrampes a que conducían las concepciones ideológicas que guiaban su rebelión y las elevadas dosis de violencia que sus integrantes habrían de desplegar en sus intentos por superarlos.

II

Publicado en una oscura revista de izquierda en agosto de 1982, su texto “¿Golpeando al Estado burgués?”2 nos aproxima a la visión del militante que ve en la rebelión senderista una amenaza para el desarrollo de una legítima alternativa de izquierda para el Perú. La Unidad Democrático Popular (UDP) —un frente que reunía a varias organizaciones provenientes de la “nueva izquierda” de los años sesenta situado, para ese entonces, en el campo de la llamada “izquierda electoral”— fue el marco de la discusión. El tema era que el exitoso ataque senderista a la cárcel de Ayacucho el 3 de marzo de 1982 había reavivado la vocación por la lucha armada dentro de las filas de UDP. Uno de los udepistas llega a manifestar que con acciones tales SL no solo golpeaba “directamente los bastiones del poder del Estado”, sino que abría “un nuevo periodo en la forja de la dirección revolucionaria en el Perú: el de la guerra popular”. CID objeta con cuestionamientos directos: ¿qué tan significativo podía ser el asalto a una “lejana guarnición fronteriza del poder estatal”? ¿No era acaso condición básica de una legítima “guerra popular” ser “un acto orgánico del movimiento de masas”? ¿Cómo se explicaba, dentro de la definición senderista de “guerra popular”, por ejemplo, la destrucción del fundo Allpachaca, un centro de experimentación agrícola sin fines de lucro dependiente de la Universidad de Huamanga, positivo “impulsor agropecuario en una región paupérrima”?

El problema estaba —según CID— en la errónea caracterización que daba “direccionalidad” a su acción armada senderista: el escenario de un país semifeudal en que la contradicción principal —campesinado versus terratenientes— habría de resolverse con la formación de un gobierno obrero-campesino, lo que llevaba a preguntarse por las graves consecuencias de esta formulación para el resto de las “fuerzas populares”, a las cuales SL buscaría “ganar” poniendo en juego una concepción política “totalmente autoritaria”, de lo cual eran muestras tempranas las acciones de “escarmiento” contra “las más minúsculas autoridades y gente del pueblo acusada de soplones”. Inaceptable, por ello, que “electrizados por el tableteo de la metralla y el estruendo de los petardos” y ante “la parálisis de la izquierda”, incurrieran algunos udepistas en un “bandazo militarista”, ciegos al contundente hecho de que se vivía una época nueva en que —haciendo un implícito contraste con la década anterior— “otro tipo de heroismo revolucionario” —“más gris y menos espectacular, pero más necesario”— era el requerido para triunfar. Uno que se enfocara en la construcción de una realista alternativa revolucionaria “sin arriar banderas” ante el pacifismo ni “subordinarse al dogmatismo armado”. Concepciones ambas emanadas de un error común: una insuficiente asimilación de la experiencia popular de los años transcurridos entre 1976 y 1980.

III

Como una bisagra entre una etapa definida por su militancia en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) —la organización que había protagonizado la experiencia guerrillera de 1965— y otra de zanjamiento con la vía armada, aparece en la evolución de CID el periodo de 1976 a 1980. Diezmados por la represión y a la búsqueda de un nuevo horizonte ideológico andaban los miristas a inicios de los años setenta. Encontrarían en el maoísmo la alternativa al derrotado guevarismo de la década anterior. “Sentí —recordaría CID años después— que me daba el maoísmo la clave del universo”, un “esquema ordenadito, una completa visión del mundo.”3 Todavía en 1976, el tono de las rígidas “caracterizaciones” de la sociedad peruana que poblaban los documentos partidarios —y que llevaban el sello inconfundible del pensamiento del “gran timonel”— estaba muy presente en su visión de la realidad nacional:

La historia de nuestra patria en las últimas décadas es la del enfrentamiento entre estas fuerzas básicas: la vieja oligarquía hegemónica en el Estado semifeudal, las fuerzas burguesas que enarbolan variantes desvirtuadas del programa de vieja democracia y las fuerzas obreras y populares cuyos intereses históricos son los de la nueva democracia y el socialismo.4

Se llevaría de encuentro estos prístinos esquemas la movilización social de los años subsiguientes que vive de cerca nuestro personaje como dirigente del MIR: masivos congresos campesinos, combativos “frentes de defensa” regionales y, por supuesto, los exitosos paros nacionales de 1977 y 1978. Experiencias que —como observaría CID años después— le dejaron claro que “las masas enseñaban el camino”, y obligaban a las vanguardias partidarias a aceptar la democracia y el pluralismo, lo que configuró un “protagonismo popular” que hacía inconcebible la visión de la revolución como mero “asalto al poder.”5 Darle a esa fuerza social una representación política sería, a partir de entonces, el reto de organizaciones como la UDP. Un arduo y complejo proceso que el alzamiento senderista amenazaba con liquidar.

IV

Para CID, en 1984 —cada vez más claramente situado en el campo de la investigación académica que en la actividad partidaria—, el reto era desmitificar a SL, desbancando, en particular, la condición de “conciencia de la izquierda” que muchos de sus viejos camaradas insistían en atribuirle. En diversos trabajos publicados entre 1985 y 1990 —sobre la base de la crítica político-ideológica formulada en 1982— iría concretando sus objetivos. Podríamos tomar tres dimensiones del fenómeno como referentes para apreciar el curso analítico seguido por CID:

(1) Una contextualización del fenómeno que, más que reiterar un supuesto “aislamiento histórico” ayacuchano proclive a las expresiones milenaristas, diera cuenta de la compleja superposición de brechas y desfases que habían hecho posible el desarrollo ahí del proyecto senderista; una región, en suma, a la que la expansión capitalista “aplasta y descuartiza”, para empobrecer a todos sus sectores, incluyendo a su vieja élite terrateniente, y que acoge, paradojicamente, a una universidad moderna que deviene “arena de competencia” para los candidatos dispuestos a llenar el vacío de liderazgo regional, lo que configuró así un fenómeno sociocultural que produce “quiebres insospechados en la historia regional.”

(2) El arribo de un “invitado inesperado” —Abimael Guzmán—, que habría de atreverse a ensayar “una lectura radicalmente distinta de la situación regional”, y descubrir a partir de ello las condiciones que permitían desarrollar en Ayacucho un proyecto de construcción partidaria que, tras ganar el respaldo de una “élite universitaria provinciana” y desarrollar una “base social juvenil” —capitalizando el desarraigo y el hambre de identidad de un estudiantado procedente del campo—, conseguiría alcanzar, hacia 1969, un grado excepcional de hegemonía regional.

(3) La singular evolución senderista durante los años setenta: de “Yenan andino” a “máquina de guerra”. Un proceso de “endurecimiento ideológico” sin parangón en la historia de la izquierda peruana que deriva en un fundamentalismo cuasi religioso. Proceso que CID describe —apelando a una figura cósmica— como la hechura de una “estrella enana”, dicho esto en el sentido de una gran acumulación de energía que solo al eclosionar revela su gran contenido destructor. Una fuerza que, a pesar de su discurso “hiperclasista”, actúa propulsada por sentimientos étnico-regionales en, al menos, un par de sentidos: un profundo resentimiento contra la élite criolla que los margina y, de otro lado, su recreación en la relación partido-masas de viejos patrones de vinculación misti-indios.

Así configurado, SL avanza medrando en los numerosos bolsones de pobreza generados por una profunda crisis nacional y politizando, asimismo, los conflictos derivados de una reforma trunca para lanzar una alternativa violenta que rompe con una tradición gradualista y no violenta con que la población rural había ido minando el sistema terrateniente hasta haberlo prácticamente derrotado hacia fines de los años sesenta. Despejado el “misterio” de su origen y las claves de su expansión, comenzaba a perder SL su aureola inicial de supuesta indestructibilidad.

V

Tras la publicación de El surgimiento de Sendero Luminoso. Ayacucho 1969-1979 (Lima: IEP, primera edición, 1990) —que cerraba el ciclo de develamiento del “misterio” senderista—, CID iría profundizando en diversos trabajos su narrativa básica del fenómeno senderista, extendiendo su análisis al examen de la estrategia contrasubversiva y la “política del miedo” impuesta por el fujimontesinismo a partir de la manipulación de sus aciertos contrasubversivos;6 a la crítica de esa “memoria salvadora” en la que Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos aparecían como “protagonistas centrales” de la “gesta pacificadora.”7 Desde la tribuna periodística, de otro lado, difunde Degregori su visión del problema entre la opinión pública. La recuperación de la democracia es, para ese entonces, el gran horizonte político de su producción intelectual; referencia fundamental, asimismo, para quienes desde fines de los años ochenta emprenden la tarea de analizar la expansión del conflicto allende su área original. Su aporte a dos eventos —del que saldrían dos libros fundamentales—, el taller “Conflicto, violencia y solución de conflictos en el Perú” (Lima, 1992-1993) y “Shining Path and Other Paths: Anatomy of a Peruvian Tragedy, Prospects for a Peruvian Future (Wisconsin, EE. UU., abril de 1994)8—, da cuenta del papel de CID como promotor de los estudios sobre el fenómeno de la violencia; labor apreciable, asimismo, en las numerosas investigaciones realizadas por sus estudiantes de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga y varios centros universitarios del exterior.

En el crecientemente poblado escenario de la “senderología” destacaba la obra de CID por factores tales como: (a) el amplio rango de su cobertura, de la microhistoria y el análisis testimonial al gran marco regional y nacional; (b) su enfoque antropológico, que a la narrativa política de la “guerra senderista” añadía el examen de las dimensiones cultural y existencial, y lograba revelar así la tragedia humana que generaba la colisión de la vesanía senderista y la guerra sucia militar en el marco de una sociedad caracterizada por sus altos niveles de exclusión; y (c) una distintiva voluntad de comunicación facilitada por una notable capacidad literaria para sintetizar en una fluida narrativa las múltiples dimensiones de una confrontación que se distinguía por su laberíntica complejidad.

Su participación en la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) sería, a fin de cuentas, la natural culminación de una travesía personal que, de sus inicios en el debate partidario, derivaba —a la par con la propia transformación de la izquierda— en la consolidación de CID como connotado intelectual público. Un examen detallado del Informe final de la CVR, en ese sentido, podría mostrar hasta qué punto la masiva acumulación testimonial generada por este organismo corroboraba su temprana percepción del fenómeno de la violencia de los años ochenta, como el insólito resultado del despliegue de una apenas entrevista “utopia autoritaria” cuya fuerza —tan fanática como eficaz—, tras arrinconar a un impotente Estado nacional, dejaba a la sociedad —a su parte quechua andina y amazónica en particular— librada a su propia capacidad de resistir. Hasta que un giro en la estrategia militar, por cierto, acertó a incorporar esa resistencia en un esquema contrasubversivo basado en el trabajo de inteligencia más que en una masiva represión.

A pesar de su vieja familiaridad con el tema, el develamiento de esta amarga y heroica “verdad” —a través de incontables testimonios vertidos en conmovedoras audiencias públicas— marcó profundamente la existencia de Carlos Iván. “Es como si todo el dolor a que he estado expuesto se me hubiera quedado dentro”, comentaría en una conversación personal poco después de culminar su tarea en la CVR, mucho antes de que conociera la naturaleza del mal que acunaba en su ser. De esa dimensión era su sensibilidad; esa singular capacidad suya para sentir el Perú.

1 Degregori 1985.

2 Degregori 1982: 8-10. Gracias, Pablo Sandoval, por haberme enviado copia de este artículo.

3 Citado en Gonzales 1999: 73.

4 Degregori 1977: 15-52.

5 Entrevista a CID por José Luis Rénique, Weehawken, Nueva Jersey, EE. UU., 22 de septiembre de 1997.

6 Degregori y Rivera 1993 y Degregori 2000.

7 Degregori 2010: 275-284.

8 Stern 1998 y Degregori, Coronel, Pino y Starn 1996.

Referencias bibliográficas

Degregori, Carlos Iván (1977). “Indigenismo, clases sociales y problema nacional”. En Degregori, Carlos Iván y otros, Indigenismo, clases sociales y problema nacional. La discusión sobre el “problema indígena” en el Perú. Lima: Ediciones Celats.

Degregori, Carlos Iván (1982). “¿Golpeando al Estado burgués?”. En Alternativa, n.o 2: 8-10, agosto.

Degregori, Carlos Iván (1985). Sendero Luminoso: Parte I: Los hondos y mortales desencuentros; Parte II: Lucha armada y utopia autoritaria. Lima: IEP, Documentos de Trabajo n.os 4 y 6.

Degregori, Carlos Iván (2000). La década de la antipolítica: auge y huida de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Lima: IEP.

Degregori, Carlos Iván (2010). “Heridas abiertas, derechos esquivos: reflexiones sobre la Comisión de la Verdad y Reconciliación”. En Qué difícil es ser Dios. El Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso y el conflicto armado interno en el Perú, 1980-1999. Lima: IEP.


Escrito por

José Luis Renique

Escribe sobre el Peru desde Nueva York.


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